martes, 11 de agosto de 2020

Viajes con Murakami por el Portugal post-COVID

 (Más viajes con Murakami: Croacia, Bosnia, Serbia)
(Beja y Serpa, tesoros a descubrir en el Alentejo)


Este año, en mis vacaciones de verano por el Portugal post-COVID también me ha acompañado el japonés Haruki Murakami, en edición de bolsillo, sin que la lectura tuviera nada que ver con el paisaje. No es la primera vez que escojo uno de sus libros; en un tour por los Balcanes que hice en julio de 2016 también rodé sumergida en El fin del mundo y un despiadado país de las maravilllas que, para ser sincera, me decepcionó un poco. 

En cambio, este año, La muerte del comendador me ha devuelto la fascinación que desencadenaron en mí las primeras novelas suyas que leí: Tokio Blues, El pájaro que da cuerda al mundo y Kafka en la orilla

Terraza del centro de Ericeira, junto a la playa de los pescadores.
Sentada en la ciudad costera de Ericeira, paraíso de surfistas y secreto bien guardado por los lugareños, en una terraza en el acantilado sobre el mar junto a la playa de los pescadores y el puerto tradicional, reconecté con Murakami, retorné al punto de intriga y desasosiego que supone comenzar una historia en la que el aparentemente indolente protagonista estalla cual volcán y rompe con toda su vida, como si fuera lo más natural del mundo.

Cromeleque de Xerez (Monsaraz, Portugal) y su imponente menhir de siete toneladas.
Murakami y su comendador me acompañaron también la mañana que visitamos Monsaraz en busca de dólmenes, antas y menhires. El cromeleque de Xerez es el principal monumento megalítico de esa zona, bien señalizado en la carretera y muy accesible. Hasta allí nos fuimos, el libro y yo, bajo un sol abrasador, a rendir pleitesía al imponente menhir de siete toneladas que domina el centro del conjunto pétreo.

Menhir de Bulhoa (Monsaraz, Portugal).
Unos kilómetros más alejado, también en los alrededores de Monsaraz, se levanta el menhir de Bulhoa, mucho más solitario que su vecino de Xerez, pero igualmente espectacular, con sus intrigantes grabados de líneas y círculos. El sol y las cigarras continuaban haciendo su trabajo cuando nos marchamos del recinto, pequeño y situado justo al lado de la carretera Telheiro-Outeiro.

Terraza del bar-restaurante de la playa fluvial de Amieira (Portugal).
La playa fluvial de Amieira, construida en el pantano de Alqueva, fue una deliciosa sorpresa, no solo porque pudimos darnos un baño después de una mañana abrasadora de campo y carretera, sino porque las instalaciones estaban muy limpias y la terraza del bar-restaurante, inclinada hacia el agua y sus bañistas, servía pescado fresco a precios imbatibles... bien pasadas las tres de la tarde. Creo que a Murakami le habrían gustado las vistas.

Beja de día, Beja de noche (Alentejo, Portugal).
La novela de Murakami me siguió en silencio los cuatro días que pasamos en la ciudad alentejana de Beja, que habíamos visitado en dos ocasiones anteriores. De nuevo alojados en el Hotel Bejense, en pleno centro peatonal. Tanto de día como al atardecer, en cualquier momento podía salir el libro de su bolso, y la nueva vida de los personajes de Murakami se convertía en figura habitual de las paradas para tomar café, comer, el aperitivo del anochecer o directamente la (a menudo) improvisada cena. 

Playa de Almuñécar.
La última parada vacacional del comendador antes del final de las vacaciones tuvo lugar en España, frente al mar en Almuñécar. Seguramente a su autor no le habría parecido nada, pero que nada mal, despedirse del verano... por el momento. 

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