viernes, 15 de mayo de 2020

Quién fue Paula Florido y por qué ha pasado a la historia

(Más sobre Paula Florido y el Museo Lázaro Galdiano)

Paula Florido (Argentina 1856-Madrid 1932) fue una mujer extraordinaria, voluntariosa, adelantada a su tiempo, a la que ni la tragedia de enterrar a seis de sus siete hijos arrebató la energía para seguir viviendo y creando, sobre todo una vez que encontró su leit motiv: coleccionar arte con vistas a fundar, junto a su cuarto marido, un museo: el Lázaro Galdiano (@Museo_Lazaro), uno de los más encantadores de Madrid.  


La historia de Paula comienza en el país de los gauchos: allí nació en 1856, hija de Rafael Florido, un emigrante italiano que se había asentado en el extrarradio de Buenos Aires y se ganaba la vida como tornero; y de la argentina Valentina Toledo. La infancia y juventud de Paula se desarrollaron en un entorno rural hasta que, con 17 años, conoció al emigrante vasco Juan Francisco Ibarra (1834-1881), veintiún años mayor que ella, con quien se casó y montó un comercio que les dio gran fortuna. Aquí comenzó el ascenso social de Paula y su abandono del ámbito rural.

Con su primer marido tuvo cinco hijos: las dos primeras, niñas, murieron al poco de dar a luz; luego nació Juan Francisco Ibarra Florido (1877-1962), con quien durante toda la vida mantuvo una relación muy estrecha y el único que la sobrevivió; y más tarde vinieron al mundo otras dos niñas.


Juan Francisco Ibarra, Manuel Vázquez-Barros y Pedro Marcos Gache, los tres primeros maridos de Paula Florido. 

En el año 1881, Paula enviudó con tan solo 25 años y poseedora de una gran fortuna. Pronto se casó con otro emigrante español, Manuel Vázquez-Barros (1844-1885), con quien comenzó a viajar al extranjero y a disfrutar de otra faceta de la vida más social. En un recorrido por España, estando en Sevilla, su marido murió. Y a los 15 días de enviudar por segunda vez, Paula dio a luz a su hija Manuela Vázquez-Barros Florido, con la que regresó a Argentina una vez recuperada del parto.

La soltería no se había hecho para Paula Florido. En 1887, instalada en Buenos Aires, se casó por tercera vez, con el criollo Pedro Marcos Gache (1860-1896), con quien tuvo a su último hijo, Rodolfo Gache Florido. Tampoco este marido le duró mucho: enviudó por tercera vez en 1896.

Paula Florido, con sus hijos Rodolfo y Manuela (primera por la derecha), en Venecia hacia 1900.
Paula Florido imprimió un vuelco radical a su existencia en 1900, cuando se trasladó a París, donde fijó su residencia aunque realizaba frecuentes viajes a otras capitales europeas. No se sabe con certeza cuándo conoció a José Lázaro Galiano (1862-1947), pero sí que en 1902 habían establecido una  relación afectuosa que culminaría en su cuarto matrimonio, el 19 de marzo de 1903 en Roma.

Paula Florido y su cuarto marido, José Lázaro Galdiano.

Esta unión marcó un antes y un después en ambos esposos, sellando una colaboración muy beneficiosa: la fortuna de Paula impulsó el coleccionismo de José Lázaro, contagiando a Paula de un amor por el arte que ya no la abandonaría hasta la muerte; y gracias a este matrimonio ella entró en la gran sociedad madrileña del momento. De hecho, compraron un terreno en la calle Serrano esquina María de Molina, construyeron allí un palacete que inauguraron en 1910 con una gran fiesta, y ya entonces esa residencia era un pequeño museo de arte. Hoy es el museo Lázaro Galdiano.

Pintura mural en los techos del museo Lázaro Galdiano.
La proyección social de ambos subió como la espuma. Ella era una anfitriona distinguida, habitual de las crónicas de sociedad, una hábil organizadora de eventos, lo que daba prestancia a su esposo. Pero nunca se conformó con ser "la señora de", sino que nada más casarse le acompañaba en sus viajes al extranjero, le aconsejaba en la formación de la colección de arte y participaba en las compras, hasta el punto de que su marido la definía como "una  gran competidora”, ya que ella adquiría sus propias piezas, que llegó a exhibir en varias ocasiones.

Paula Florido era una entusiasta coleccionista de abanicos.
Los abanicos eran su pasión: los compraba, utilizaba y atesoraba, y de ese amor surgió la importante colección que hoy se exhibe en el museo Lázaro Galdiano. Algunos ejemplares son verdaderamente delicados, como los abanicos italianos de la década de los ochenta, conocidos como “abanicos de Grand Tour”, en referencia a los viajes a sitios de la Antigüedad clásica que realizaban desde mediados del siglo XVII hasta el XIX los jóvenes de clase alta. En estos abanicos, la decoración principal del país o ciudad consistía en vistas enmarcadas en cartelas separadas por grutescos, roleos o laureas, y rematados con greca o motivos pompeyanos.


En 1916, Paula perdió a su hijo Rodolfo (el único que tuvo con su tercer marido) y tres años después la muerte le arrebató a Manuela, hija de su segundo esposo. Esos dos fallecimientos acabaron del todo con la vida social mundana de Paula, que se volcó en su labor de coleccionismo y a servir de apoyo a su marido en sus facetas de intelectual, editor y bibliófilo.



Paula Florido murió en 1932, dejando a su hijo Juan Francisco como heredero universal, aunque sus obras de arte se las legó a su marido, con quien vivió 29 años muy fructíferos y felices. En la actualidad, el legado de Paula y el de su esposo integran la colección del Museo Lázaro Galdiano, que consta de unas 12.600 piezas, de las que se exhiben 4.820 en las cuatro plantas del distinguido edificio de la calle Serrano madrileña. 

'El Salvador adolescente' (Giovanni Boltraffio),
obra maestra del Museo Lázaro Galdiano. 
La obra quizá más famosa de la colección es El Salvador adolescente, un bello retrato pintado en torno a 1490-95, atribuido al artista milanés Giovanni Antonio Boltraffio  (1466-1516) y sobre el que siempre ha sobrevolado la posibilidad de que en su diseño interviniera el genial Leonardo da Vinci, del que Boltraffio era discípulo.

El museo que Paula y su marido crearon es todavía hoy un remanso de paz, al que se accede nada más atravesar la verja del edificio, de estilo neorrenacentista. Visitar las salas donde se exponen las obras de arte exige mirar con frecuencia a los techos, cuyas molduras y pinturas son muy interesantes. Y para rematar el recorrido, aún queda otra sorpresa: el pequeño jardín del museo, salpicado de estatuas, entre matas de lavanda, rosas y palmeras.

1 comentario:

  1. He tenido la suerte de toparme con este museo en una visita por la ciudad y realmente merece la pena leer la maravillosa colección que alberga..todo un grato descubrimiento para mí poder descubrir la pasión de sus dueños 😍

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