martes, 7 de marzo de 2023

Isabella S. Gardner, Paula Florido y Leto Severis, mujeres mecenas del arte

Paula Florido y el Museo Lázaro Galdiano, de Madrid 

Isabella Stewart Gardner, fundadora de un rico museo en Boston 


La historia del arte está repleta de mujeres artistas y musas, cada vez más visibles, pero son minoría las coleccionistas y mecenas. Los grandes y sonoros nombres y apellidos son recordados, como Abby Aldrich Rockefeller (cofundadora del MoMA en 1929) o Gertrude Vanderbilt Whitney (fundadora del Museo Whitney en 1930).

Sin embargo, hay mujeres que han tenido un papel clave en la historia, y están muy olvidadas o, directamente, no se las recuerda, pese a que sus obras siguen en pie y de actualidad. Coincidiendo con la celebración del Día Internacional de la Mujer 2023, este 8 de marzo, recordaré a tres, a las que conocí al visitar sus museos.


ISABELLA STEWART GARDNER: un museo propio en Boston

La millonaria americana Isabella Stewart Gardner (1840-1924) era una ferviente viajera y empedernida coleccionista, que construyó su propio museo en Boston, bautizado como Fenway Court. Lo inauguró el 1 de enero de 1903, se trasladó a vivir a él (ocupaba el cuarto piso), pero estaba abierto al público y siguió ampliándolo hasta su muerte.

El museo, que hoy lleva su nombre, Isabella Stewart Gardner, era un proyecto que concibió junto a su marido, Jack Lowell Gardner Jr. (1837-1898), pero lo llevó a cabo sola al fallecer este.

Compró unos terrenos en un área sin desarrollar (Fenway); decidió el arquitecto, el diseño del edificio y de las salas; encargó y modificó los planos a su voluntad; y trajo de Italia numerosos elementos arquitectónicos (columnas, arcos, capiteles, vidrieras…). Le dio estética de palazzo veneciano con un precioso patio central. Al morir, tenía 7.500 pinturas, esculturas, muebles, plata y cerámica, 1.500 libros raros y 7.000 objetos de archivo.

En su testamento, Isabella exigía que el museo siguiera inmutable tras su muerte. Y así sería, de no haberse producido erobo del año 1990, cuando dos ladrones disfrazados de policías sustrajeron 13 piezas de Rembrandt (Tempestad en el mar de Galilea), Vermeer (El concierto), Manet o Degas. El valor de lo robado supera los 500 millones de dólares.

Casi 30 años después, los marcos esperan en su sitio, vacíos, a que regresen los cuadros. Con todo, en la colección aún brillan con luz propia Boticelli, Giotto, Rafael, Mantegna, Veronese, Rubens, Sargent, Whistler...

PAULA FLORIDO, cofundadora del Museo Lázaro Galdiano, en Madrid

Paula Florido y Toledo (1856-1932) alentó y sostuvo la actividad coleccionista de su cuarto marido, José Lázaro Galdiano, y juntos construyeron, habitaron y llenaron de obras de arte lo que hoy es el Museo Lázaro Galdiano, en Madrid.

Ella, multimillonaria tras haber enviudado tres veces, se casó en Roma, en 1903, con José Lázaro y en seguida se instalaron en Madrid con los dos hijos pequeños de ella. 

La vida de Paula no fue fácil. Con sólo 17 años, se casó con el español Francisco Ibarra Otaola, residente en Argentina, con quien tuvo un hijo. Tras enviudar, se casó con un periodista gallego, que le dio una hija. Este segundo matrimonio fue muy breve, y tres años después, viuda de nuevo, se unió a Pedro Gache, con quien tendría otro hijo.

A sus 47 años, conoció a José Lázaro Galdiano, con quien vivió el resto de sus días en el palacete de la calle Serrano, rodeada de obras de arte y objetos. Ella supervisó la decoración y acondicionamiento de las salas de lo que hoy es el museo.

El dinero y el impulso de esta intrépida mujer, adelantada a su tiempo, y los contactos de su marido, intelectual y sagaz inversor, sirvieron para levantar este museo-palacio madrileño, hoy propiedad del Estado español.

La obra más famosa de la colección es El Salvador adolescente, un bello retrato pintado en torno a 1490-95, atribuido al artista milanés Giovanni Antonio Boltraffio  (1466-1516) y sobre el que siempre ha sobrevolado la posibilidad de que en su diseño interviniera el genial Leonardo da Vinci, del que Boltraffio era discípulo.

LETO SEVERIS, mecenas del arte chipriota 

Se llamaba Leto Lymbouridou, nació en 1916 en Nicosia y pasó la mayor parte de su vida en la capital chipriota, dedicada a sus dos grandes pasiones: la historia y la arqueología, en las que se formó de manera autodidacta, hasta convertirse en una reconocida escritora histórica al final de su vida.

Leto dio un giro completo en 1936, al casarse con Costakis Severis, hijo del coleccionista de arte Demosthenis Chr. Severis), y por impulso de ella, juntos ampliaron la colección del padre de Costakis (antigüedades halladas en los yacimientos de Kytherea y Kyrenia), a la que incorporaron instrumentos de todos los períodos de la Antigüedad chipriota, fechadas desde el año 4000 a.C. hasta el período helenístico.

Hoy día, la colección Leto y Costakis Severis se exhibe en el museo Leventis (el museo municipal de Nicosia).

La invasión turca de Chipre, en 1974, cortó el brío de Leto, que dejó de coleccionar y, cuando le preguntaban las razones, respondía que su falta de interés era comparable a la de “una pura y bella vasija con dibujos de flores que se rompe para siempre”. En su desgana influyó el hecho de que le robaron gran parte de sus amadas antigüedades de la mansión familiar en Kyrenia, durante la invasión turca.

El legado de Leto Severis es extenso. Fue miembro fundador de la Asociación de Amigos de la Arqueología y también de los Amigos del Museo de Chipre. En sus últimos tiempos, escribió el libro Damas del Chipre medieval, y apenas un mes antes de su muerte terminó su segunda obra, titulada La historia de Chipre contada a los niños.

Como sucede a menudo con el coleccionismo, tanto Leto como el museo Leventis reciben no pocas críticas por la falta de información sobre cómo y a quién adquirieron las antigüedades, muchas de las cuales podrían proceder de pillajes en sitios arqueológicos. Y es que, en el tiempo en que el matrimonio formó su colección, las leyes que regulaban la venta de antigüedades eran muy laxas.

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