sábado, 20 de agosto de 2022

Mi cumpleaños en 2022: recuento vital y mapa de ausencias

Mi cumpleaños en 2021

Mi cumpleaños en 2014

Muchas amigas y amigos confiesan hacer recuento vital en Navidades o a comienzos de año, otras lo hacen en septiembre, coincidiendo con el nuevo curso escolar. Yo lo hago a menudo, y sin falta, el día de mi cumpleaños, el 20 de agosto. Creo a pies juntillas que el pasado hay que mimarlo y revisitarlo cuando nos apetezca, aunque ciertas visitas nos dejen adoloridos porque algunos rostros y nombres ya no están con nosotros.

En los años 70, con mi abuela María, mi hermano Pedro y mis padres, Miguel y Nieves.
Abajo, mi padre, Miguel Montero, llaga y ausencia desde septiembre de 2021.

Me falta desde hace muchos años mi abuelo materno, José, muerto en 1965, tan joven como a los 56 años, uno justo antes de que yo naciera, el mismo día 20 de agosto. De él solo tengo recuerdos prestados.


La siguiente en dejarnos fue mi abuela paterna, Josefa, que se fue en 1972 siendo tan nueva (como se dice en Andalucía) que apenas cumplió los 65. De ella me quedan pocos recuerdos, y algunos sé ahora que son inventados, pero me legó su amor por las rosas, su gusto por las alcachofas y su devoción por los lirios morados. 


En 1980 dijimos adiós a mi abuelo paterno, Pedro, cuando tenía 78 años y vivía ya algo enfermo en una ciudad del norte, tan distante en kilómetros como en clima de su Andalucía y Málaga natales. 

Mi abuela María, en los años 80, en las cuevas de Nerja.


Decir adiós a mi abuela materna, María, fue un proceso largo y realmente doloroso. Mi infancia está unida a su madurez y vejez. Con ella crecí, en su casa me refugiaba de adolescente a estudiar y fumar, me gustaba verla cocinar, tenía la piel suave como la de un bebé, el abundante pelo entre blanco y gris sujeto por un par de ganchos a cada lado de la cabeza. Cruzaba las piernas al sentarse y se mecía en la butaca con parsimonia. Se fue en 1997, el día de Nochevieja, sin llegar a cumplir los 84 años.

Epifanio Moreno, maestro, padre, marido muy querido, un hombre de bien.


Otros familiares se han marchado desde entonces, entre ellos, Epifanio Moreno, el padre de mi compañero de vida, maestro de escuela, enseñante en toda la extensión de la palabra, padre, marido y abuelo muy querido, un hombre de bien que se fue en la Navidad de 2010.


Varios tíos y primos se han ido en los últimos 15 años, pero aun así, me sentía afortunada por conservar con salud a tantas personas queridas.


Esa fortuna se quebró el 19 de septiembre de 2021, cuando de improviso, en unas pocas horas, me quedé sin padre. Habíamos pasado años temiendo un desenlace fatídico, hubo temores fundados cuando se le rompió, literalmente, un trocito de corazón, pero no, Miguel Montero era muy suyo, y se repuso tras una cirugía a corazón abierto de la que salió con un parche “como el de las bicicletas cuando se pincha una rueda”.


Fue toda la vida un hombre con gran fortaleza física, se jubiló seis meses después de los 65 porque nació el día de san Miguel de 1937 pero lo apuntaron en el registro en marzo de 1938. Después de jubilarse, trabajó diariamente en sus tierras hasta casi los 80 años. 

Miguel Montero, mi padre, en mayo de 2021, cuatro meses antes de fallecer.


Mi padre tenía muchas ganas de vivir. La noche anterior a la mañana en la que el ictus masivo lo fulminó estaba haciendo planes para viajar y recordando cuando él y su hermano Pepe, siendo niños, cogían en la sierra del Torcal espárragos silvestres que luego vendían en Antequera. Él tenía diez u once años. Con parte del dinero compraban un chusco de pan y si había suerte, una onza de chocolate, y eran los más felices del mundo.


Nos preparábamos para celebrar su 84 cumpleaños cuando se desplomó, sin ya recuperar la conciencia, el 18 de septiembre de 2021 sobre las 11 de la mañana. Era sábado. Durante las horas siguientes, la sanidad pública hizo lo indecible por recuperarlo. Fue imposible, y por la noche lo desconectamos. Expiró en la madrugada del 19 de septiembre. Diez días antes de celebrar su cumpleaños de verdad, no el que figura en el carné de identidad.


Con la dolorosa y reciente llaga de la ausencia de mi padre pongo punto final a este recuento anual.

Jardín del Museo del Romanticismo (Madrid).

Vuelvo, como siempre, al presente, lo único sobre lo que tenemos algo de control. Y sobre el futuro… confío en estar, pero ¡quién sabe! 


Eso sí, un año más, ¡felicidades a mí misma!


¡A por otros 365 días repletos de ilusión, amistad, amor, viajes y literatura!


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