Hawthorne entre los trascendentalistas, por Luis F. Moreno
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Firma invitada: Luis Fermín Moreno (@fathermarch)
La danza es el espejo de la vida. Desde que el ser humano es ser humano, se ha relacionado con todos los aspectos de la existencia: los ciclos del tiempo, el agua, lo femenino y lo masculino, lo mutable, el destino, la fertilidad, la muerte. Dicen algunos expertos que los primeros registros prehistóricos fueron intentos de reflejar bailes. Por entonces, la danza era libre y desmadejada, pero la civilización acabó domesticándola, como a tantas otras cosas. Pasó a ser un arte o un rito, codificado y canonizado. Y se perdió su sentido su sentido vital, propiamente humano.
Hasta que apareció hace poco más de 50 años la Danza Contact Improvisación (DCI). “Un encuentro entre dos almas que comparten un viaje elegido”, escribe el periodista y bailarín José Luis Corretjé en Todos los cuerpos bailan un libro dedicado a esta casi desconocida forma de mover el cuerpo. Una manera de estar en el mundo, pensé yo cuando acabé de leerlo. La que mejor se acerca a nuestra esencia. Y el baile que yo elegiría practicar si tuviera un mínimo de capacidad rítmica y un día me atreviese a ser danzarín.
La DCI nació en Estados Unidos en 1972, de la mano del coreógrafo Steve Paxton, como una propuesta antisistema enraizada en los cambios sociales de los años sesenta del siglo pasado. El punto de partida era -y sigue siendo la clave- la improvisación. Pero no de cualquier manera. Se trata, sí, de experimentar con el movimiento, con los efectos de la gravedad y las leyes físicas, con el equilibrio y el impulso, con el entorno y el sentido del juego.
Pero tan importante como la improvisación es la otra palabra que nombra este baile: el contacto, que da sentido a las relaciones entre los danzantes -aunque nada impide que la DCI se practique de forma individual-, inventa diálogos con movimientos improbables, desarrolla la confianza hacia los otros.
Muchas otras palabras y conceptos describen la DCI. Unas más genéricas: libertad, conciencia corporal, toma de decisiones, escucha, disponibilidad, riesgo, autonomía, seguridad… Y otras más técnicas: jams, espirales, encuentros autogestionados, propiocepción o rolling point, entre otras.
Todos los cuerpos bailan cuenta todo esto, claro. Pero va mucho más allá. Corretjé habla de ojos en la piel, de luces y sombras, de género y sexualidad, de límites y autorregulación. Y, sobre todo, de una aventura personal. En estas páginas late esa mirada de escritor y periodista siempre dispuesta a notar “lo distinto” donde los demás ven “lo obvio”. A lo que se añade su extraordinaria sensibilidad para percibir y mostrar sentimientos y sensaciones íntimas. Entre ellas, la felicidad de una persona que lleva décadas bailando y que ha encontrado en la Danza Contact Improvisación una razón para vivir.
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