lunes, 3 de octubre de 2022

¿Qué ha sido del elefante entre gárgolas de la catedral de Notre-Dame?

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Las gárgolas que adornan las torres y fachadas de las catedrales góticas francesas son célebres, en especial las de París, y entre éstas, las de Nôtre-Dame, catedral que permanece cerrada y en obras a raíz del incendio que casi la devoró el 15 de abril de 2019.

La fama de estas monstruosas y a la vez entrañables gárgolas se debe sobre todo al escritor Víctor Hugo (1802-1885) y a su jorobado Quasimodo. Son seres mitológicos de aspecto grotesco, a menudo amenazante, que el arte gótico esculpió en piedra para adornar las torres y tejados de las iglesias, sirviendo para cubrir los canalones. Yo las he admirado de cerca en numerosas catedrales, y a las torres de Notre-Dame, en particular, he subido cuatro o cinco veces: la primera hace treinta y dos años, en mi primera visita a París, y la última, en 2013 en una breve escapada. 


París, Nôtre-Dame y su Galería de las Quimeras llevan más de 850 años siendo testigos del engranaje del tiempo. Ya desde la Edad Media, las gárgolas se convirtieron en un material suculento para la imaginación de los artistas picapedreros, que extremaron el ingenio para producir monstruos cada vez más refinados, mitad humanos mitad animales, ya fuera dotados de pezuñas, garras, picos extremos, alas y plumas descabelladas, cuernos o barbas imposibles. Así, estos elementos escultóricos, que debían atemorizar al entrar en los lugares sagrados, han acabado siendo unas criaturas tan amadas y fotografiadas como los propios rosetones o los deambulatorios de las iglesias.


En las torres de Notre-Dame hay dos que siempre han acaparado la atención de los turistas, por lo bellas que son y el lugar prominente que ocupan, asomadas al vacío: la pensativa y la que recuerda a un macho cabrío. Mientras la primera infunde sosiego, la segunda transmite la sensación de alerta, con su postura de vigía, claramente a la defensiva. 


Y me encanta una gárgola que descubrí en la visita de 2013: un elefante esculpido de forma realista, con escasos rasgos grotescos, que se mantiene en segundo plano, rodeado de quimeras más grandes que parecen apabullarlo. O así estaba antes de que el fuego consumiera casi todo el tejado de la catedral, obligando a cerrarla. 


Hay muchas otras gárgolas que merecen una observación pausada. Entre las talladas en forma de ave, hay una que lleva una especie de velo que recuerda el de las monjas. Otra se asemeja a un ave feroz y está plantada sobre el filo del tejado, al que se aferra con sus poderosas garras.

Confiemos en que cuando la catedral parisina reabra sus puertas tras la restauración, todas ellas continúen impertérritas en sus asientos pétreos, manteniendo su diálogo de siglos entre las torres y las campanas de Notre-Dame.

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