(Leer Los árboles carnales y también La extraña pintora naif)
Séraphine Louis (1864-1934), también conocida como Séraphine de Senlis (ya que vivió y trabajó hasta su muerte en esa ciudad francesa), fue una pintora naif brillante e inclasificable, una artista autodidacta de vida difícil; una mujer casi analfabeta que murió pobre y demente. Pintaba árboles y flores abigarrados de una textura casi carnal, a menudo con inmensos ojos que se abrían en la espesura, acechantes, transmitiendo un desasosiego premonitorio.
Casi todos sus cuadros se componen de ramilletes de plantas, y en muchos de ellos, los frutos aparecen rodeados de pestañas y plumas coloreadas. Son pinturas de una belleza enigmática y sobrecogedora, exótica y deslumbrante.
De los 200 cuadros que pintó, sólo sobreviven unos setenta, que están repartidos fundamentalmente entre los museos de arte de Senlis y Maillot y en el Pompidou de París.
Wilhelm Uhde, descubridor de Séraphine Louis. |
Séraphine contaba que había
empezado a pintar porque su ángel de la guarda se lo ordenó, y lo hacía casi en
secreto, de manera vocacional, mística. Seguramente se la habría tragado el
olvido de no ser por el marchante alemán Wilhelm Uhde (1874-1947), quien la
empleaba como sirvienta en Senlis y que fue su mecenas y lo más cercano a un
amigo que tuvo en toda su vida.
Uhde descubrió el talento de
Séraphine una noche en la que, fascinado por un bodegón de manzanas que vio en
casa de un amigo, supo que la pintora era su sirvienta. Desde entonces, y pese
a que la I Guerra Mundial obligó a Uhde a huir de Francia, éste se aseguró de
que los ramos de flores que comenzó pintando Séraphine crecieran hasta mutar en
asombrosos árboles de fantasía.
Séraphine Louis era solitaria, huraña, muy celosa de su intimidad. Nadie podía verla pintando, ni siquiera mientras mezclaba los colores o preparaba los lienzos. Vivía en una habitación pequeña, con apenas espacio para los botes y utensilios de pintura. Sobre la humilde chimenea del cuarto, una luz siempre encendida para la Virgen, de la que era devota, lo mismo que de los ángeles.
Sus cuadros son coloridos y a
simple vista alegres, pero en seguida se descubre en ellos a criaturas
agazapadas entre el follaje, y el espectador observa que las hojas de los
árboles y plantas semejan hígados y que existen ojos almendrados parecidos a
vesículas. Y es que los lienzos de Séraphine contagian una desazón que entronca
con el horror de lo vacuo.
Su propio final fue descorazonador, ya que la muerte le llegó en el asilo de Clermont, donde fue recluida cuando perdió todo rastro de realidad, y a causa de un terrible cáncer de mama nunca tratado. Uhde, que fue testigo del avance de la demencia de la pintora en forma de visiones y alucinaciones, organizó la primera exposición consagrada a Séraphine en 1945, en París, donde se mostraron decenas de sus obras.
Esta pintora mística y alucinada se hizo popular gracias a la película francesa Séraphine, que dirigió Martin Prevost en el año 2008. El filme ganó siete premios César en 2009, en gran parte debido a la magnífica interpretación de la actriz Yolande Moreau.
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