miércoles, 14 de octubre de 2020

Regreso a 'Inventario del paraíso', de Víctor Colden

(Mi libro, 'La casa de las palmeras')

Ahora que Víctor Colden (@VicColdenacaba de publicar Gazeta de la melancolía, caigo en la cuenta de que no he escrito mis impresiones sobre su primera novela, Inventario del paraíso (Libros Canto y Cuento 2019), que compré en la última Feria del Libro de Madrid, después de un no-encuentro con el autor por mor del reloj (léase, mi tardanza en llegar a la caseta donde Víctor firmaba ejemplares).



Hace ya varios meses que leí esta incursión de Colden en los paisajes de su niñez (malagueña, como la mía), en una casa que curiosamente se llama Las Palmeras (como el título de mi libro de relatos ‘La casa de las palmeras'), y mi memoria no es tan prodigiosa como la del autor, por lo que algunas peripecias y nombres se van desdibujando. En cambio, recuerdo perfectamente la emoción de reencontrarme con vocablos y expresiones que solo en mi niñez andaluza escuchaba en cascada: “los chinos”, el ropero, la candela, los mixtos,  desfaratar… Y con una historia deliciosa, delicada como el frágil sudario de los recuerdos.

‘Inventario del paraíso’ nos traslada a la Málaga de los años 70, donde como cada verano Michi y sus hermanos pasan sus vacaciones en la casa de los abuelos, y donde se lanzarán a la búsqueda de un tesoro, a saber, unas monedas antiguas que supuestamente estarían enterradas en el jardín. Es asimismo la novela del hombre en el que aquel niño se ha convertido, ahora perplejo por el paso del tiempo.

Esta novela tiene muchas virtudes (los defectos  los dejo para los puristas críticos literarios), entre ellas hacernos comprender que lo que una vez vivimos quizá sigue acompañándonos, en modo ángel de la guarda, desde algún lugar (remoto o no). Nos sugiere que tal vez los fantasmas (de haberlos) no tienen por qué dar miedo. Nos anima a agarrarnos (pero sin lastimarnos) a los instantes felices, sin importar si son pasado o presente por vivir.

En las páginas de esta novela hay numerosos tributos a escritores/as con quienes comparto influencia. Reconozco, como Víctor Colden, mi deuda novelesca con Enid Blyton, que tantas horas y días de lectura me proporcionaron. También adoro a Natalia Ginzburg, a quien llegué por otra escritora en común como es Carmen Martín Gaite. Me parecen impecables las tres citas que abren la novela (Julio Ramón Ribeyro, Emil Cioran y Evelyn Waugh), si bien me gusta un poquito más la de Cioran: “La idea de felicidad es inseparable de la de jardín”.

Tres citas que son una indeleble declaración de intenciones.  

Y hago mío este trocito de Evelyn Waugh: “Me gustaría enterrar un objeto precioso en cada lugar donde haya sido feliz, y cuando sea viejo, feo y triste, volver para desenterrarlo y recordar” (Retorno a Brideshead).

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