(Viene de: Peloponeso, de Nauplio a Micenas, Epidauro y Olimpia)
DELFOS
Miércoles, 17 de julio. Tras cuatro días alojados en Nauplio, ese miércoles nos tocaba abandonar el Peloponeso y ponernos en carretera de nuevo, en un recorrido de casi 400 kilómetros que nos llevaría hasta Lamia, con parada inexcusable en Delfos. De las dos rutas posibles (vía Patrás o Atenas), escogimos bordear la costa norte del Peloponeso y cruzar el golfo de Corinto por el
puente de Río-Antirio.
Delfos, la ciudad-santuario, cuna del oráculo y "ombligo del mundo". |
Tardamos cuatro horas en hacer los 290 kilómetros entre Nauplio y Delfos, así que llegamos a la hora de comer, lo que hicimos en una taberna con vistas al célebre mar de olivos, el pueblo de Itea y el golfo. Era nuestra tercera visita a esta mítica ciudad-santuario, llamada "el ombligo del mundo", pero aun así recorrimos todo el recinto arqueológico.
Primero caminamos hasta la Fuente Castalia, donde llenamos dos botellas de agua (no potable) directamente del cauce, por razones puramente sentimentales. La fuente arcaica (siglo VI a.C.) está vallada, inaccesible, pero ahí sigue, a los pies del monte Parnaso, y aunque ya no recoge más agua que la de la lluvia, casi podía sentir la emoción de miles de peregrinos que, con el correr de los siglos, aquí se purificaban antes de entrar al recinto sagrado del Oráculo.
Fuente Castalia (Delfos).
De la fuente, también andando, hasta el templo de Atenea Pronaia (siglo IV a.C.), del que solo quedan en pie sus tres icónicas columnas dóricas, convertidas en la postal más famosa de Delfos. Este santuario, dedicado a Atenea, está rodeado de un paisaje montañoso espectacular y es donde ofrecían sacrificios quienes iban a consultar el Oráculo. En este templo vivía la pitonisa.
La siguiente visita fue el yacimiento
arqueológico, que recorrí a modo de paseo, observando cómo el guía de unos chavales alemanes escenificaba frente a las ruinas del templo de Apolo el ritual de la pitonisa interpretando el Oráculo. Me detuve unos minutos, curiosa, a ver cómo una pareja de japoneses meditaba en la postura del loto frente a las columnas ancestrales. Recorrí, en fin, la vía sacra, flanqueada a ambos lados por los restos de los monumentos votivos y los tesoros, que edificaban las ciudades griegas para custodiar las ofrendas de sus habitantes.
La última parada fue el Museo Arqueológico, pequeño en metros pero inmenso en tesoros. Solo por ver las esculturas del Auriga de Delfos, la Esfinge de Naxos, el Antínoo y los kuroi llamados Gemelos, merece la pena ir a Grecia. Nos marchamos de Delfos después de comprar un ojo de la suerte e imanes, aprovechando que la visita nos salió gratis (carnet de prensa) y el párking también.
De Delfos a Lamía hay unos 100 kilómetros, pero se tardan casi dos horas. Atravesamos las montañas al atardecer y, casi de noche, llegamos al hotel Fthia, junto a la carretera. Pese a que era bastante tarde, fuimos en coche a cenar al centro, que estaba lleno de gente, la mayoría jóvenes. Nos sentamos en una taberna local con carta en inglés y, aunque el dueño (y único camarero) apenas lo entendía, no tuvimos problema. De repente, el dueño nos trajo una segunda jarra de vino, regalo de una familia que cenaba en una mesa vecina. Resultó que la hija había estado de Erasmus en Madrid y les encantaba hallar dos españoles en Lamía, una ciudad poco turística, donde casi nadie se queda a pasar la noche.
La última parada fue el Museo Arqueológico, pequeño en metros pero inmenso en tesoros. Solo por ver las esculturas del Auriga de Delfos, la Esfinge de Naxos, el Antínoo y los kuroi llamados Gemelos, merece la pena ir a Grecia. Nos marchamos de Delfos después de comprar un ojo de la suerte e imanes, aprovechando que la visita nos salió gratis (carnet de prensa) y el párking también.
Algunas de las obras más destacadas del Museo Arqueológico de Delfos. |
De Delfos a Lamía hay unos 100 kilómetros, pero se tardan casi dos horas. Atravesamos las montañas al atardecer y, casi de noche, llegamos al hotel Fthia, junto a la carretera. Pese a que era bastante tarde, fuimos en coche a cenar al centro, que estaba lleno de gente, la mayoría jóvenes. Nos sentamos en una taberna local con carta en inglés y, aunque el dueño (y único camarero) apenas lo entendía, no tuvimos problema. De repente, el dueño nos trajo una segunda jarra de vino, regalo de una familia que cenaba en una mesa vecina. Resultó que la hija había estado de Erasmus en Madrid y les encantaba hallar dos españoles en Lamía, una ciudad poco turística, donde casi nadie se queda a pasar la noche.
SALÓNICA
Jueves, 18 de julio. Otra vez en la carretera, para hacer 300 kilómetros hasta Salónica (cuatro horas con un par de paradas), donde llegamos a mediodía y, después de pelearnos con calles en obras y cortadas, sortear direcciones prohibidas, desvíos y no pocos conductores alocados... dimos con el hotel Blue Bottle, en pleno centro, donde teníamos cuatro noches reservadas.
Nada más dejar las maletas en la habitación, nos echamos a la carretera, hacia la sede de Enterprise en el aeropuerto, donde teníamos que cambiar de coche, pues necesitábamos uno con Tarjeta Verde para salir del país. Por supuesto, el empleado no tenía ni idea, y la jefa, que algo le sonaba, no había preparado el coche. Pero... se pusieron manos a la obra y nos dieron un Suzuki Celerio blanco, idéntico al anterior pero más usado y sucio. Nuestro alivio fue tal, que ni protestamos. Volvimos al hotel y lo dejamos en el párking concertado (8 euros diarios).
Jueves, 18 de julio. Otra vez en la carretera, para hacer 300 kilómetros hasta Salónica (cuatro horas con un par de paradas), donde llegamos a mediodía y, después de pelearnos con calles en obras y cortadas, sortear direcciones prohibidas, desvíos y no pocos conductores alocados... dimos con el hotel Blue Bottle, en pleno centro, donde teníamos cuatro noches reservadas.
Paseo marítimo de Salónica y calle de restaurantes. |
Nada más dejar las maletas en la habitación, nos echamos a la carretera, hacia la sede de Enterprise en el aeropuerto, donde teníamos que cambiar de coche, pues necesitábamos uno con Tarjeta Verde para salir del país. Por supuesto, el empleado no tenía ni idea, y la jefa, que algo le sonaba, no había preparado el coche. Pero... se pusieron manos a la obra y nos dieron un Suzuki Celerio blanco, idéntico al anterior pero más usado y sucio. Nuestro alivio fue tal, que ni protestamos. Volvimos al hotel y lo dejamos en el párking concertado (8 euros diarios).
Torre blanca (Salónica, Grecia). |
Al regresar al hotel, todavía nos quedaba otra tarea antes de poder dormir: rehacer la maleta pequeña, puesto que al día siguiente teníamos programado realizar una escapada a Bulgaria, en concreto, a su capital, Sofía. Dos días para ir y venir al país vecino, que resultó ser una muy agradable sorpresa.
Continúa en Viaje a Grecia (III): Escapada a Bulgaria: dos días en Sofía y Rila
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