jueves, 26 de septiembre de 2019

Viaje a Grecia (III): Escapada a Bulgaria para conocer Sofía y Rila

(Viene de Viaje a Grecia (II): Delfos, Lamía y Salónica)
  
SOFÍA
Viernes, 19 de julio. Salimos de Salónica temprano camino de la frontera con Bulgaria, que atravesamos sin problema, y nada más cruzar cambiamos 300 euros (nos dieron 600 levas) y compramos una tarjeta para circular por las autopistas (una semana cuesta 15 levas). La primera parte del camino estaba llena de curvas y de doble sentido, pero desde Blagóevgrad hay autovía.

A las dos de la tarde estábamos en Sofía, una de las capitales europeas menos conocidas y menos visitadas. Nos alojamos en el hotel Arena di Serdica, en cuyos cimientos aparecieron los restos de la antigua arena romana, hoy preservados, visibles desde la recepción y accesibles por la mañana. Es un 5 estrellas a precio de 3, con aparcacoches y botones y habitaciones-suites donde pueden correr caballos. 
Sofía es la capital europea menos conocida y menos turística.
Todos los monumentos y museos de Sofía están a unos pocos cientos de metros, así que en seguida llegamos a la arteria comercial de la ciudad, el elegante bulevar Bitosha, en una de cuyas terrazas comimos: mi compañero de fatigas probó las tradicionales salchichas búlgaras y yo, espinacas con queso y pizza.

Después de comer, comenzó a lloviznar y al rato de estar paseando tuvimos que refugiarnos en la catedral de Sveta-Nedelya (Santo Domingo), iniciada en el siglo X, pero tantas veces dañada a lo largo de los tiempos, que acumula demasiadas reconstrucciones como para apreciar su ser original. En 1925 hubo aquí un atentado que hizo reventar la cúpula durante una misa, y al caer sobre la concurrencia mató a 128 personas.


En cuanto escampó, visitamos la diminuta Rotonda de San Jorge (siglo IV) y sus preciosos frescos (no se pueden fotografiar), y a continuación, el Museo Arqueológico (pequeño y encantador), situado en la antigua Gran Mezquita (siglo XV). Después anduvimos hasta la catedral ortodoxa Alexander Nevsky (finales del XIX), impresionante desde la distancia y en su interior. También nos dio tiempo a ver la Basílica de Santa Sofía hasta que, cansados de la lluvia, regresamos al hotel. 


Sábado, 20 de julio. A las 10 en punto abrían la Galería de Arte Nacional de Bulgaria (antiguo Palacio Real) y allí estábamos nosotros para visitar las salas del antiguo palacio, aprender algo de los pintores búlgaros y ver de paso el anexo Museo Etnográfico, todo bastante deprisa, aunque no pudimos resistirnos a comprar chocolates y algunos regalos en la tienda del museo.

Teníamos el tiempo cronometrado: poco más de media hora para desayunar en el bulevar Bitosha y otros 30 minutos para ir de compras, esto último muy fácil porque el bulevar está repleto de tiendas donde venden perfumes con la célebre rosa de Bulgaria, camisetas, bolsos, pañuelos, bisutería... Me sobraron diez minutos.

Museo de Arte Extranjero (Sofía, Bulgaria).
Me había reservado un par de horas para la Galería Nacional de Arte Extranjero, que desde 2015 alberga también colecciones de la Galería de Arte Nacional, de los artistas búlgaros de los siglos XIX y XX. Es un museo espléndido, en un edificio moderno muy funcional detrás de la catedral Nevsky, y con impresionantes obras de arte europeo (siglos XV a XIX), asiático, africano y americano.


Pasada las 14 horas regresamos al hotel, recogimos el equipaje y salimos en coche hacia el monasterio de Rila, a unas dos horas de Sofía. Escondido en el corazón del bosque, es el centro espiritual de Bulgaria y su destino turístico más popular. Fue fundado en el siglo X, donde vivió el ermitaño san Juan de Rila. Nosotros llegamos a tiempo de ver a un monje ortodoxo llamando a la oración y otros en el interior bendiciendo a los fieles.



Monasterio de Rila (Bulgaria).

Acabada la visita, condujimos hacia la frontera, donde echamos gasolina (1,12 euros el litro), cambiamos los levas sobrantes (fuera de Bulgaria no son canjeables) y compramos vino, cerveza, whisky, queso y embutidos, para regalar. Tan cansada iba, que ante el control en la frontera griega, no habiendo ningún agente a la vista y con la valla cerrada solo en una parte, pasé sin parar. ¡En mala hora! En seguida salieron dos agentes gritando, me hicieron aparcar y darles los pasaportes, si bien todo quedó en un susto; nos dejaron ir sin siquiera preguntar.

Dos horas después, llegábamos a nuestro hotel en Salónica. La recepcionista nos preguntó qué tal la visita a Bulgaria y nos deseó, de nuevo, feliz estancia. Esa noche, paseamos hasta el Arco de Triunfo de Galerio y la rotonda del siglo IV, y cenamos en la terraza de Balconaki, en el paseo marítimo.

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