QUEBEC-TORONTO.
El
domingo 29 de julio tocaba decir adiós a Quebec. Tras desayunar en el hotel y comprar paté, embutidos y vinos en el Vieux Marché, cogimos el tren que nos
llevó a Toronto en 8,5 horas (previo trasbordo en Montreal).
El tren de Via Rail tenía wifi aunque funcionaba mal, así que me dediqué a leer con fruición El juego de la luz (Louise Penny), donde el inspector Gamache
investiga un crimen que salpica a su amiga Clara Morrow. Tal vez porque llevábamos cuatro días en la zona francófona de Canadá, me sorprendió que, nada más trasbordar en Montreal, ya no se escuchaba hablar en francés. Los quebequeses, que son bilingües, cambian de idioma apenas salen de su país. Por fin llegamos a Toronto bien entrada la noche. Nuestros anfitriones nos habían explicado cómo funciona el sistema de tokens del metro (3 dólares) y que el
mismo billete sirve para el autobús, siempre que sea el mismo trayecto. Felizmente, en
menos de una hora estábamos en su apartamento regando el encuentro con vino, embutido quebequés y queso manchego.
Tren Quebec-Toronto con lectura de Louise Penny. |
TORONTO Y PROBLEMAS AL APARCAR. El
lunes, 30 de julio, iniciamos la mañana dando un largo paseo por el Beltline,un sendero de siete kilómetros que discurre a través de una línea
ferroviaria de cercanías construida en el siglo XIX.
Para llegar hasta el centro cogimos el metro y, una vez allí, echamos a andar sin rumbo. El calor era soportable, lo que nos animó a atravesar el campus de la universidad (un remanso de paz), acercarnos hasta el museo Rohn y no agobiarnos con la marea de gente, coches, bicis y neones que es la plaza Dundas (la Times Square de Toronto).
Universidad de Toronto, en pleno centro de la ciudad. |
Me gustó el contraste entre el viejo y el nuevo ayuntamiento, y casi me lastimé el cuello de tanto mirar las cumbres de los rascacielos y admirar sus destellos de luz y color. A la hora de comer nos acercamos al centro comercial Eaton Centre, donde pudimos apreciar que Toronto es una capital cosmopolita y multicultural de verdad, con una población en la que resulta imposible distinguir a inmigrantes de segunda o tercera generación, pues su integración es enorme.
Rascacielos (barrio financiero, Toronto). |
Toronto es también una capital llena de contrastes, con una arquitectura que simultanea edificios de cristal y acero en mezclas ingeniosas. Nos llevamos una sorpresa al hallar una obra de Santiago Calatrava en la
galería central de Brookfield Place, y resultó que ahí mismo era donde teníamos
que recoger nuestro coche de alquiler. Los trámites fueron rápidos y en seguida
conducíamos de vuelta a casa, donde obtuvimos online el obligado permiso para aparcar en la calle.
Turistas en la cristalera de la torre CN (Toronto). |
La última visita del día fue
la impresionante y vertiginosa torre CN,
a 553 metros de altura, la más alta de América y la quinta más alta del mundo. El suelo se balancea levemente y te sientes ¡en
las nubes! La entrada es cara (43 dólares) y los souvenirs prohibitivos, pero las vistas son inmejorables.
Vimos
anochecer, tomamos un vino y hasta nos
atrevimos a sentarnos en el piso de vidrio (pequeña zona acristalada donde se ve directamente el suelo).
Esa noche, al bajar la basura,
nuestro amigo descubrió que nos habían multado (30 dólares) por
aparcar con el morro del coche mirando en sentido contrario, o por estar
separado de la acera; no lo tenemos claro. ¡Y la multa ha llegado a España en tiempo récord!
EN COCHE HACIA CONCORD (EEUU) El martes, 31 de julio, nos pusimos en ruta
hacia Concord (Massachussett, EEUU), donde pasaríamos cuatro días. A las 7 de la mañana dejamos atrás Toronto rumbo a la
frontera, donde cambiamos euros en el área de servicio de la parte canadiense. Los estadounidenses (¡faltaría más!) nos detuvieron en el control, nos hicieron aparcar y entrar en una oficina para tomarnos las huellas, hacernos la foto de rigor y cobrarnos unos 50
dólares. Cumplido el ritual, nos dejaron entrar en Estados Unidos deseándonos un feliz día. Rodando por EEUU comprobamos que la gasolina es muy barata (con 25 dólares llenábamos el depósito del Kia) y la velocidad máxima es muy, pero que muy baja; entre obras, circunvalaciones de ciudades y demás... nos salió una velocidad media de 90 kilómetros/hora. Aunque paramos cuatro
o cinco veces en áreas de servicio, los 885 kilómetros entre Toronto y Concord se nos
hicieron eternos y tardamos 12 horas en llegar al hotel, Best Western Concord Inn.
El letrero marca el sitio del Árbol de Jethro, donde los colonos compraron a los indios tierra y fundaron Concord. |
Esta era nuestra tercera visita a la ciudad de Concord, hogar de Louisa May Alcott (1832-88), autora de Mujercitas, que vivió aquí con sus padres y hermanas en Orchard House. Los Alcott eran amigos de Henry D. Thoreau (su Walden atrae cada año miles de visitantes al bosque y la laguna de Walden) y de Ralph Waldo Emerson. Todos ellos, junto a Nathaniel Hawthorne (La letra escarlata), hicieron de Concord un rico centro literario a mediados del XIX. Pero Concord había entrado en la historia antes. Fue fundada en 1635, cuando los colonos compraron a los indios 6 millas de terreno junto al Árbol de Jethro. Y en 1775 libró parte de la batalla de Lexington, primer conflicto de la guerra de independencia.
Hotel Colonial Inn, fundado en 1716. |
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