(Más sobre ausencias en Año Nuevo y sobre insolaciones)
Saco mi bola de pitonisa para hacer una
predicción: cuando el recién estrenado año 2018 se termine de abrochar la
cremallera y de por cerrado su periplo estelar habrá sobre mi conciencia un
seguro incumplimiento y cuatro – espero - cumplidos buenos propósitos, tan
rollizos estos últimos como gordezuelos bebés alimentados con lunas de algodón.
Cuatro propósitos:
-Fantasear con la realidad sin dejar de perseguir las fantasías realizables
me parece un propósito ideal para todas las estaciones del año, aunque mi yo
leonino codicia los climas abrasadores, la luz cegadora, los vaivenes del
verano, la insolación.
-Evaluar la impotencia ajena con algo menos de severidad de la que empleo al
tomar la medida de mi propia incapacidad.
-Ligar las ausencias con arcilla y agua pura hasta formar una mezcla tan
resistente como el molde de fundición, pero a la vez tan ligera que cada día sea
más residual la capa de abandono que dejan las ilusiones sin cristalizar.
-Intermediar entre mi escepticismo y mis ganas de creer para así poder plantar
en mi rostro, siquiera sea fugazmente, la mejor de mis sonrisas ilusionadas
cuando la infelicidad, propia o ajena, me venga a visitar.
Y un incumplimiento:
-Zambullirme de una vez por todas en el mundo
frenéticamente adictivo de los amantes del deporte, los mesías de las gimnasias
variadas y los sacerdotes de las disciplinas estoicas de comunión cuerpo-mente-alma.
Sí, estoy bastante segura de que este año 2018 tampoco comenzaré a hacer
deporte.
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