(Más sobre los magos
de Oriente y sobre la Navidad)
Firma invitada: Luis Fermín Moreno
Artabán, el cuarto rey mayo es una leyenda de los primeros siglos cristianos que con el correr de los tiempos arraigó sobre todo en Rusia. En siglo XIX se hizo popular también en Estados Unidos gracias a un relato publicado por el pastor Henry Van Dyke titulado El otro
sabio, del que se han hecho varias películas.
Existen dos versiones de la
leyenda. En una de ellas, Artabán es detenido
al tratar de intervenir en la matanza de los Santos Inocentes, y permanece en
la cárcel hasta el día de la Crucifixión de Jesús. En la otra, el mago pasa su
vida tras las huellas de Cristo y lo encuentra precisamente en la cruz. El
final es, pues, el mismo.
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| Los tres magos, de la misma raza (mosaico del s. VI). |
En los textos bíblicos canónicos sólo hay una
referencia a los magos, en el evangelio
de San
Mateo ("Vinieron unos magos de Oriente a Jerusalén y preguntaron: ¿dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo").
Solo se dice que eran magos, esto es, sabios. No se menciona su número ni sus
nombres. En Armenia se aseguraba que eran doce. En la Roma paleocristiana de las
catacumbas, dos. En el siglo VI, los magos eran tres de la misma raza, como atestiguan algunos mosaicos de iglesias bizantinas. En la Edad Media se les dio el título de reyes. Y desde el
siglo XVI se les representa con distintas razas y edades.
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| 'Viaje de los Magos' (J. Tissot, siglo XIX). Desde el siglo XVI los magos son tres de distintas razas. |
Se dice que fue Santa Elena en el siglo IV (por entonces aún no santa) quien halló las tumbas de los magos. La madre del emperador Constantino realizaba excavaciones en Jerusalén y alrededores en busca de restos de los primeros cristianos. Encontró la Veracruz de Cristo, el santo Sepulcro y los huesos de quienes decidió que eran los magos.
Los cuerpos hallados por santa Elena eran tres y así se estableció que los magos eran tres. Primero fueron trasladados a Constantinopla, y de allí a Milán, donde permanecieron hasta 1162, cuando Federico Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, arrasó Milán y decidió llevárselos a Colonia, en cuya catedral reposan desde entonces.
Leyenda de Artabán, el cuarto rey mago
Melchor, Gaspar, Baltasar y
Artabán eran cuatro ilustres magos de Oriente a los que les fascinaba observar las estrellas. Los cuatro magos descubrieron una estrella diferente
al resto. Tras varios estudios, llegaron a la conclusión de que esa estrella
les marcaba un camino que terminaba en Belén, lugar en donde estaba a punto de
nacer el niño Jesús.
Los cuatro magos decidieron
partir de inmediato y acordaron reunirse junto al zigurat
de Borssipa, en Babilonia, para ir todos juntos. Melchor llevaría oro. Gaspar,
incienso, y Baltasar, mirra. Artabán decidió llevar
como regalo un saquito lleno de piedras preciosas, entre las que
destacaban un diamante de la isla Méroe que neutralizaba los venenos, un
trocito de jaspe de Chipre como amuleto de la oratoria y un rubí de las Sirtes
para alejar las tinieblas que confunden al espíritu.
Pero, de camino al zigurat,
Artabán se encontró a un anciano pobre y
enfermo. Conmovido, se detuvo a cuidarlo y le entregó el
diamante. Cuando llegó al punto de encuentro, los otros magos habían
partido hacia Judea. Él fue detrás, siguiendo la estrella, pero al llegar allí,
se encontró con un panorama desolador: no había rastro de sus compañeros, el
Niño ya había nacido y sus padres habían huido a Egipto para escapar de la
matanza ordenada por Herodes.
Artabán no se desanimó y siguió buscando a aquel
Niño. Por donde pasaba, iba encontrando gente necesitada a la que ayudaba sin dudar.
Así, poco a poco, la bolsa con las piedras preciosas iba reduciéndose sin
remedio. Treinta y tres años después, un viejo y cansado Artabán llegó a
Jerusalén con un último rubí en el saco. Oyó que iban a crucificar en el
Gólgota a un hombre que decía ser el mesías enviado por Dios para salvar al
mundo. Supo que Aquel era el que llevaba tanto tiempo buscando y decidió ir
allí a entregarle el rubí.
Pero, una vez más, de camino se topó con una mujer
a punto de ser vendida como esclava y utilizó el rubí para comprar su libertad.
Triste y desconsolado, sin motivo para seguir, se sentó en el pórtico de una
vieja casa. En ese momento, Jesús expiró en la cruz, la tierra tembló y una
piedra golpeó la cabeza de Artabán. Moribundo, el cuarto mago imploró perdón
por no haber podido cumplir su misión.
En ese momento, vio a un joven de la misma edad que
tenía él cuando comenzó su viaje y que le decía:
-Tuve hambre y me diste de
comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve
enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste.
-Señor, ¿cuándo hice yo
todo eso? -preguntó Artabán, desorientado.
-Lo que hiciste por tus
hermanos, lo hiciste por mí, así que hoy estarás conmigo en el reino de los
cielos.
Y Artabán expiró,
emprendiendo la última etapa del destino finalmente alcanzado.


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