('La moral del cruasán' y otros textos de Luis Fermín Moreno)
Firma invitada:
Luis Fermín
Moreno
En los años cuarenta del pasado siglo, hubo un profesor absolutamente desastroso en la Universidad de Oxford. No sólo enseñaba una asignatura aburrida, Filología y Literatura Anglosajona, sino que lo hacía del modo más plomazo posible. Uno de sus alumnos, el escritor Kingsley Amis, lo describió como “incoherente y, con frecuencia, inaudible”.
Escribía
largas listas de palabras en la pizarra, tapándolas con su cuerpo mientras
murmuraba mentalmente ausente, y las borraba sin siquiera darse la vuelta. Otro
de ellos, Philip Larkin, poeta laureado del Reino Unido, abundó en
lo mismo: “Podía ser capaz de aprender la dichosa jerga; lo que me deprimía es
que se suponía que tenía que admirarla”.
J.R.R. Tolkien (1892-1973), escritor, poeta, filólogo, profesor universitario, inventor de mundos, lenguas y criaturas. |
Este criticado
profesor se llamaba John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973). Fue un
hombre tranquilo, amante de su familia y su trabajo, tirando a pesimista, poco
amigo de los cambios y tan apegado a su hogar como los hobbits a su
tierra. Pero guardaba dentro de sí una de las más fértiles imaginaciones de la
historia de la literatura y, por la noche, las musas se divertían visitándole.
Con la ayuda de ambas inventó viejas lenguas muy elaboradas, personajes para
hablarlas y todo un universo mitológico en el que se
desplegaban sus aventuras.
Su obra magna, la aclamada El señor de los anillos es la lucha eterna entre el bien y el mal. Eterna porque, para él, las victorias son siempre provisionales. Y sin maniqueísmos: el bien llega muchas veces a través del mal. El propio final de la trilogía, que no vamos a desvelar por si todavía queda algún despistado que no se ha enterado, lo corrobora.
"Cualquiera, hobbit, enano, elfo, ser humano,
tiene algo que aportar en este mundo"
Pero yo prefiero El Hobbit. A mí, como a Tolkien, me gustan los antihéroes. Bilbo Bolsón lo es. Este ser pequeñito –más que los enanos- y timorato se ve metido de pronto en una peligrosa aventura que no entiende. Al principio es más un lastre que una ayuda, hasta el punto de poner en peligro la vida de sus compañeros. Y no deja de lamentarse, añorando su hogar y preguntándose qué está haciendo en medio de ese follón. Pero cuando el mago Gandalf, la figura providencial, le deja desenvolverse solo, se ve de lo que es capaz. Lo cual demuestra que cualquiera, hobbit, enano, elfo, ser humano tiene algo que aportar en este mundo. Sin necesidad de tutela. Una conclusión nada desdeñable para los tiempos que corren.
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