martes, 20 de agosto de 2019

Cumpleaños y verano, la estación que más me acerca a la niñez

(Mi cumpleaños en 2017: el monte Fuji)

Hoy es mi cumpleaños. Ignoro si a casi todos los nacidos en agosto les gusta el verano, si muchos lo aborrecen, o si la mayoría querría haber nacido en primavera, que es considerada de modo oficioso la estación más bonita.

Sol radiante, explosión de calor.

A mí me gusta el verano, el calor, el sol radiante, la alegría vacacional, dormitar en largos atardeceres, oír amortiguado el canto de las cigarras, adormecerme bajo una sombrilla mecida por el rumor del mar, comer sandía, higos y melón, almendras y uvas recién cogidas de la parra.

Atardecer a orillas del Mediterráneo.
Esta es la estación del año que más me acerca a la infancia. Hoy, como entonces, casi puedo paladear el gusto a salitre y el árido terral de los veranos de mi niñez, me veo trepando a las higueras, jugando en el campo a desmenuzar con dedos cortos y regordetes pequeños terrones, ablandarlos con agua del botijo y amasarlos hasta verlos convertidos en árboles diminutos, minúsculas flores, animales amorfos, paredes lisas y frágiles techos donde jugaban mis muñecos en miniatura, los indios con los vaqueros, las muñecas pelonas con los playmobil; unos montados en cochecitos, otros sentados, la mayoría haciendo acrobacias sobre sus piernas articuladas.
Patio blanco andaluz.
Tardes de verano en las que la siesta duraba dos o tres horas, el sueño me atrapaba en cualquier esquina de la casa blanca y me paralizaba con la fuerza de cien rayos láser, la cabeza tendida sobre el brazo de una butaca o un sillón de enea, el cuerpo súbitamente desmadejado, los pies colgando ya sin chanclas y las manos, con vida propia, espantando el vuelo de los abejorrucos que zumbaban en el patio.

¡Feliz cumpleños para mí y todos los nacidos un 20 de agosto! 

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