Me gustan mucho las pinturas de
retratos. Me enfrento a ellas como quien intenta resolver un
enigma y salgo conmovida de su contemplación, sobre todo cuando se trata de
fallecidos hace siglos. Siento que un retrato embalsama a
su modelo del mismo modo que el tejido recubre a su momia o la madera pintada
maquilla la belleza hierática que yace en el sarcófago.
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| Retrato de una dama. Detalle (Hans Baldung Grien, 1484-1545), en Museo Thyssen Madrid. |
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| 'Magdalena penitente' (El Greco, en el Museo de Bellas Artes Budapest). |
Los ojos y las manos son mis
partes favoritas de cualquier retrato. Sostener la mirada frente al pintor o al espectador, o rehuirla me parecen
gestos igual de significativos, y la colocación y el cuidado de las manos lo
dicen todo del retratado y del retratador. El Greco es mi pintor de manos
favorito, con su peculiar forma de dibujar los dedos largos y huesudos, pálidos
casi siempre, que parecen llamas vivas que se expanden y arrastran a los
cuerpos hacia la acción.
| 'Cristo resucitado'. Detalle (Bramantino). |
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| 'La condesa de Vilches' (Federico de Madrazo, en Museo del Prado). |
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| 'Niño con un cesto de frutas' (Caravaggio). |
Los ojos vivos, negros y
penetrantes del Niño con un cesto de frutas que pintó Caravaggio retan al
espectador con tanta carga sensual como la que muestran sus hombros desnudos o
la prodigalidad de las frutas que aprieta contra su pecho. Caravaggio demuestra cuán poco importa si los retratados son conocidos o imposibles de identificar, guapos o feos, altos o bajos, visten costosos ropajes, se cubren con harapos o se exhiben en toda su desnudez. Lo que importa es la emoción.
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| 'La Gioconda' (Leonardo da Vinci). |
Los ojos sin cejas de La Gioconda resultan tan enigmáticos como su
sonrisa o la identidad de la retratada, comúnmente aceptada como Lisa
Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo. Lo cierto es que es el cuadro más
famoso del mundo, la joya del Museo del Louvre de París, la última gran obra de
Leonardo da Vinci y una de las pocas que tenía
consigo cuando murió en su mansión cerca de Amboise. Cuando miro sus ojos, veo
a un hombre, no a una mujer. Pero eso no le resta un ápice de magnetismo ni de belleza casi, casi sobrenatural.





Muy bueno querida. Una gran sonrisa para tu entrada, no como esa media sonrisa, triste y sarcástica a la vez de la Gioconda o el Giocondo, en fin, ese enigma se lo quedó Leonardo, o Leo para los amigos.
ResponderEliminarLeonardo se llevó demasiados secretos a la tumba, pero nos dejó pistas para interpretarlos...
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