(Más sobre despedidas y alguna que otra añoranza)
Empezar el año 2017 con un post
dedicado a la muerte puede parecer poco afortunado, como si el voltear de las hojas
del calendario tuviera que hacerse manteniendo la jarana carnavalesca que caracteriza
a las Navidades en esta época nuestra de hiperconexión y
comilonas celebratorias. Pero no lo es. Sucede que también en fiestas se muere
la gente, y por consiguiente su recuerdo siempre irá asociado a estas fechas.
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| Con mi abuela María a finales de los 70. |
El 31 de diciembre de 1997 falleció
mi abuela María Mancilla Mérida (1914-1997), la única que conocí siendo yo niña, joven
y adulta; la única de mis abuelos de la que tuve tiempo de aprender y a la que
tanto me empiezo a parecer. No por su pequeña figura, siempre vestida de negro,
marrón o gris; ni por su pelo primero grisáceo y en seguida combinación de blanco
y gris; tampoco por su prematuro y voluntario apartamiento del fragor cotidiano.
Pero sí en muchas cosas que me guardo para ella y para mí, y de las que un día desearía
fervientemente que pudiéramos conversar juntas las dos. Hablar de mis sueños y de sus dolamas, con aquella complicidad que teníamos en su casita del callejón del Ventorrillo durante las tardes en que me iba allí a estudiar, más por estar con ella que por aprender la lección.
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| Epifanio Moreno en la finca familiar 'Locuras' (21-03-2009). |
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| Manuel de Unciti (1931-2014). |
María, Epifanio, Manolo. Los tres al desaparecer nos han
dejado un hueco físico que no se puede rellenar y una orfandad anímica y
espiritual imposible siquiera de sondear.



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