Hallazgos enigmáticos y detalles insospechados pueblan cuadros vistos
muchas veces, tanto en libros de arte como en manuales escolares y pinacotecas
del mundo. Descubrirlos y maravillarse como si fuera la primera vez que se
contemplan es la experiencia sensorial que ofrece la exposición La belleza encerrada, abierta en el Museo del Prado (Madrid) hasta el día 10 de
noviembre.
Un ejemplo es El paso de la laguna Estigia, de Joachim Patinir (1480-1524), pintor del Renacimiento famoso por su uso del color azul y como paisajista. Si se afina el ojo se atisba un unicornio entre una manada de caballos. Tampoco hay que perderse los ángeles que acompañan a hombres inocentes entre los jardines de frutales.
El Tránsito de la Virgen, de Andrea Mantegna (1431-1506), contrapone varios horizontes (ventana y lecho de María) con planos
verticales (apóstoles y pilastras) y nos deja ver un paisaje que es una de las primeras vistas topográficas
de la pintura italiana. Aparecen, tal como eran hace quinientos años, el lago en torno a
Mantua, el puente que lo cruza y el Borgo di San Giorgio.
Mundialmente conocido, este Autorretrato (1498) de Alberto Durero (1471-1528) es uno de los muchos que pintó el artista, con la particularidad de que aquí se representa a sí mismo como un gentilhombre, joven y
elegante, si bien su rostro no está en absoluto idealizado: tiene los párpados caídos y la nariz gruesa, tal cual era Durero.
Las Tentaciones de San
Juan Abad, de David Teniers el Joven (1610-1690), está poblado de terribles criaturas infernales. Es un cuadro de
reducidas dimensiones muy del gusto de los Países Bajos en el siglo XVII, que
está pintado para ser observado desde cerca y en detalle.
En total, pueden admirarse hasta 280 obras, 90 de las cuales no cuelgan de manera habitual en las salas del museo. Y atención a los huecos y vanos en los muros, que se abren en puntos estratégicos de las salas para entrelazar visualmente algunas obras.
Merece la pena detenerse un rato frente a la Mesa de los pecados capitales, del enigmático El Bosco (1450-1516), momentáneamente exenta de su pedestal. Su representación de la envidia, la lujuria, la gula o la pereza siguen siendo el mejor manual de defectos del ser humano.
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'El paso de la laguna Estigia' (detalle), de Patinir, con el unicornio entre caballos. |
Un ejemplo es El paso de la laguna Estigia, de Joachim Patinir (1480-1524), pintor del Renacimiento famoso por su uso del color azul y como paisajista. Si se afina el ojo se atisba un unicornio entre una manada de caballos. Tampoco hay que perderse los ángeles que acompañan a hombres inocentes entre los jardines de frutales.
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'El Tránsito de la Virgen' (detalle), de Andrea Mantegna, con vista topográfica del S. XV. |
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'Autorretrato' (detalle), de Alberto Durero como gentilhombre. |
En esta exposición del Prado hay mucha, muchísima pintura de temática religiosa y de culto a los héroes y leyendas clásicas, pero
también piezas curiosas, como la Postal de la
Mona Lisa. En todas ellas hay agazapados múltiples seres, figuras y señales que aguardan el reconocimiento por parte del espectador. Por ejemplo, hay que descubrir la araña que cuelga de la gruta de Plutón y Proserpina
en Orfeo y Eurídice en los Infiernos,
de Fris, y sorprender la mirada del novio a la novia en las Capitulaciones de boda de Watteau.
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'Tentaciones de San Juan Abad' (detalle), de Teniers. |
En total, pueden admirarse hasta 280 obras, 90 de las cuales no cuelgan de manera habitual en las salas del museo. Y atención a los huecos y vanos en los muros, que se abren en puntos estratégicos de las salas para entrelazar visualmente algunas obras.
Tablero de la 'Mesa de los pecados capiteles', de El Bosco. |
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