Un rabo de nube y un unicornio azul
Samotracia, Venus, Unicornio: Tres damas imprescindibles
Firma invitada: Luis Fermín Moreno (@fatherMarch)
Ctesias fue un médico griego, contemporáneo de Sócrates. Originario de Cnido, ciudad de Asia Menor famosa por sus médicos, fue contratado por el rey de Persia. Su larga estancia en la corte persa le permitió explorar tierras aún más lejanas como la India. Y escribió sobre ello.
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Tapiz 'La dama del Unicornio' (Museo de Cluny, País). |
Así, fue el primer viajero en mencionar, entre otros seres fantásticos, un animal hasta entonces desconocido que se haría famoso: el unicornio.
Unicornio (Bestiario de 1225-1250, en Biblioteca Bodleian, de Oxford).
Sin embargo, el unicornio de Ctesias, mencionado después por Aristóteles y, más adelante por Plinio en su Historia Natural, no habría tenido un destino tan importante en el imaginario de nuestra cultura occidental si no hubiera sido considerado un animal bíblico.
Escaleras de la sala de audiencias de Darío (Persépolis, s. IV a.C.).
En realidad, la palabra “unicornio” no aparece en las versiones actuales de la Biblia, que beben de fuentes primigenias, pero estuvo en ella durante muchos siglos. Cuando la Biblia hebrea fue traducida al griego entre los siglos III y II a.C., la expresión “animal con cuernos” (re'em en hebreo) que aparece nueve veces en el Antiguo Testamento fue traducido al griego como monoceros (un cuerno) y más tarde como unicornis en latín en la Vulgata de San Jerónimo.
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Unicornio ('Historia de las bestias de cuatro patas'), de Edward Topsell, 1607.
Dada la autoridad de la Biblia, nadie osaba poner en duda su existencia. El problema venía cuando se trataba de describirlo. Aunque todos los tratados coinciden en su singular cuerno, se llegó a decir que su cuerpo se parecía al de una cabra, un burro o incluso un animal compuesto por varios. La imagen que acabó imponiéndose fue la de un hermoso caballo blanco con un cuerno largo y perilla.
Se creía que su cuerno alejaba el mal y purificaba las cosas envenenadas, especialmente los manantiales, y tenía fama de ser indomable: podía volverse violento si intentaban capturarlo. Lo más sorprendente es que también se pensaba que era sensible al olor de la virginidad: cuando un unicornio se topaba con una joven virtuosa en medio de un claro, se acercaba a ella, se dejaba domar y se dormía sobre su pecho.
De ahí que diversos tapices de finales de la Edad Media evocan ese momento para darle la caza. Pero deben entenderse alegóricamente. Porque, para la simbología cristiana medieval, el unicornio es la figura de Jesús perseguido y condenado a muerte por su amor a los hombres y rinde homenaje a la virginidad de María.
Varios tesoros de abadías o catedrales han conservado como reliquia un cuerno de unicornio. Los avances posteriores en zoología en los siglos XVII y XVIII mostraron que son simplemente dientes de narval.
Pero ni siquiera la ciencia ha conseguido acabar con la existencia de los unicornios. Solo hay que echar un vistazo a la ingente producción cinematográfica y literaria que siguen generando para darse cuenta de que, incluso en el siglo XXI, ocupan un lugar privilegiado en nuestra imaginación colectiva.
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